Fotografía de Ralph Steiner
06 febrero 2018
Me monté en el mundo de hoy, pensando que debería olvidar esos malos sueños que siempre enturbian mis madrugadas y lanzarme a buscar – como hago cada día pero casi siempre de modo estéril – sensaciones positivas.
– En el semáforo de entrada a Alfonso El Sabio, un chaval de unos veintipocos, con cara de venir huyendo del hielo del mismo Moscú, es decir, piel blanca como la leche de antes, nariz roja como la del mismo Charlie Rivel y ropa tipo prusiano del Norte, pues – decía – el chaval estaba intentando llamar nuestra atención con tres pelotas de tamaño tenis que movía en el aire intentando cogerlas a la vez pero dejando una en el aire. El chaval no acertaba ni a la de tres. Antes de que el semáforo se pusiera verde le hice un gesto para que se acercara, el chaval lo hizo y cuando llegó a la ventana de mi coche, alargué la mano y dejé caer sobre la suya una moneda de un Euro que fue como si le hubiera caído en ella el mismo maná divino. No me dio un beso en la mano de milagro y no lo hizo por que retiré el brazo de la ventanilla al ver su intento. Me despidió como si fuera el perrito del coche, sí, uno de esos muñequitos que se enganchaban con una ventosa al cristal frontal en tiempos de mi edad fértil y que su gracia estaba en mover la cabeza en señal de afirmación a la mínima marcha del coche.
– Como sí estuviera tocado por la mano de un Dios magnánimo, (yo así me sentía tras el parón semafórico), me dirigí al Centro Comercial de Maisonnave para comprar algunas pequeñas herramientas y también algunos componentes para poder destripar a mi gusto mi ya viejo PC y allí sucedió algo extraordinario. Me encontré con Jose, ese altísimo muchacho cincuentón, con algún que otro defecto en sus brazos pero de estampa y planta impecable y sí, estaba allí, estaba vendiendo sus números de La ONCE con su gracia y lugar de antaño habitual, sí, esa que mostraba hace unos años, dos, quizás tres, antes de que él mismo me contara entonces que pronto dejaría acudir a la esquina de su vida porque una terrible enfermedad se estaba apoderando de él. Antes de darle un gran y emocionado abrazo, recordé sus palabras, las del último día que le vi en activo: “Enrique, voy a faltar un tiempo, tengo el mal de males y lo llevo instalado en un lugar donde dicen que se salvan muy pocos, pero tú espérame, de todo se sale si se lucha o se quiere luchar y yo saldré, no lo dudes compañero”.
– El intento de mostrar físicamente su agradecimiento de mi nuevo amigo el ruso del semáforo, y el efusivo abrazo que me dio, o nos dimos, Jose y yo, nunca lo hubiera sido tanto si no fuera porque mientras estábamos fuerte y largamente abrazados, Jose de modo balbuceante me dirigió unas palabras a mi oído bueno: “Enrique, te hice caso, luché y vencí y seguiré venciendo pues quiero luchar” … luego, cuando conseguimos despegarnos, me cogió de las manos con toda la dificultad que para él eso supone dadas sus condiciones y con ojos muy brillantes y una cara de satisfacción enorme, me despidió con un … “Gracias, Enrique, eres el muchacho de mi vida”, ante lo cual, ambos, nos pusimos a reír como dos niños siendo la comidilla de todos los viandantes que, seguramente, creyeron que – como diría Juan Miguel en esa versión espectacular que solo él sabe darle a las canciones del ayer – SOMOS NOVIOS.
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Me maravillan tus escritos no se como haces para escribir a diario
ResponderEliminarDe donde te salen tus maravillosas ideas... yo trato pero no puedo
Contanos cómo haces para crear historias tan bellas con principio y con final
Hay un grupo de bloogers que hace lo mismo que vos.
Son escritores más que bloggers y es un grupo fenomenal
Un abrazo inmenso
Tu comentario en recomenzar es grandioso
Madremía!!!!
ResponderEliminarAy, amiga Tracy, fue tan emotivo y sorprendente como tu "Madremia" de hoy.
EliminarYo también te quiero, querida amiga