11 septiembre 2019
Esperaba, sin más, es decir, me sentaba allí, en el banco de la Plaza de La Sagrada Familia y esperaba que pasase el Bus. En este tampoco va y así varias horas cada día. Había días en que ella no iba en ese bus, pero otros sí y entonces …
Luego subía la cuesta hasta el Hospital de San Pablo, andando hasta casa, agotado pero feliz, claro y ella, Paquita, me decía: “Subes la cuesta del amor, hijo, eso es lo que te pasa, no te canses nunca de hacerlo”.
Luego subía la cuesta hasta el Hospital de San Pablo, andando hasta casa, agotado pero feliz, claro y ella, Paquita, me decía: “Subes la cuesta del amor, hijo, eso es lo que te pasa, no te canses nunca de hacerlo”.
Pasaron los años y al final me di cuenta de que las gilipolleces que haces cuando eres casi un niño, no lo son tanto, a medida que vas creciendo, en años y en intelecto emocional. Es como lo de hacérselo encima cuando eres un bebé, luego se repite a medida que te vas encorvando. Hoy subo la cuesta como entonces, más sereno, más despacio, pero igual que lo hacía entonces aún y en modo imaginario, con emoción, ahora serena, pero llenándome de ella por todos mis poros.
Va por ti
qué bonito, hijo!
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