Un vida sin complejos, la madurez, ser necesario y, ah, el uso de la razón

Fotografía de Michael Wolgensinger

27 septiembre 2019

Amar la luz, el calor, el aire fresco de la madrugada, los primeros cantos del gallo, el silencio de los grillos, el discurrir mecánico de los aspersores del paseo, reencontrarte con esa mosca que anoche te dio la vara jugando contigo al gato y al ratón,  las campanadas del reclamo a la praxis santificante, el primer tropezón con ese peldaño maldito que aún yace allí justo a la salida del quiosco, oír y sentir que las emisoras de radio dejan de hablar de asuntos que apenas importan a nadie y empiezan a contar las desgracias del momento ... todo, absolutamente todo, forma parte de ese necesario ritual que deseas, apasionadamente que suceda apenas tengas fuerzas para levantarte del bendito camastro en el que reposan tus muy queridos y apreciados restos. 

Pero analizando lo que viene, convendrá decir que buscar el resorte que activa la necesidad de querer vivir está en la capacidad que puedas tener para crear en alguna parte de tu hemisferio cerebral más activo y que tengas muchas cosas por hacer, tantas que no seas capaz de creer que en un solo día puedas hacerlo todo. 

La vida es leal si actúas frente a ella sin complejos, sin miedo ... sin miedo a perderla, aunque sepas que eso es imposible y que lo importante para ser feliz incluso por encima de cualquier estúpido complejo, lo importante es creérselo ... incluso más que serlo. 

Una vida sin complejos es un objetivo que mantengo desde que tengo uso de razón ... conseguirlo es otra cosa.

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