miércoles, 19 de agosto de 2020

La rutina en tiempos de pandemia, un horror


Thomas-Barbey-surrealismo
19 agosto 2020
-Vamos a salir. Veamos, hagamos el test: ¿Mascarilla? ¿Gafas? ¿Gel desinfectante en el bolso? ¿Trapo con agua/lejía para los imprevistos? ¿Bastón? ¿Bolsa basura? ¿Cartera? … vale, está todo. Claro que luego, cuando llegas al coche ¿Llevas las llaves del coche? – pues no. Retroceso, y para arriba. Es curioso, cuanta más prisa tienes por coger el ascensor, descubres que la mitad de los vecinos han tenido la misma santa idea.
-Arranco, farmacia. Bajamos, gente fuera en cola separados a metro y medio. Oiga señor, usted que es más anciano puede ponerse el primero – me dice una vieja de mi edad que está delante mío. En la cabeza de la cola un niño veinteañero que tras negarse inicialmente provoca la salida del farmacéutico que me coge del brazo y me entra. Ah, tengo que volver a la puerta pues no me he echado gel desinfectante. En quince minutos me toca pues la señora a la que estaban despachando parecía dispuesta a discutir cada medicamento, su precio y todo ello llamando a su hija que es médico para preguntarle.
-Salgo de la farmacia y noto que el personal en cola está a punto de aplaudirme pero no, no ha sido así.
-Me voy al coche y detrás del mío un coche aparcado en doble fila. Pito y una voz que sale de la cola me dice: “¡Cállate ya viejo, deja de pitar, que el hombre acaba de entrar y a ti no te viene de un minuto, coño, que tenéis todo el día para hacer dos cosas y encima vais con prisas a dpc a todo el mundo!” Dieciséis minutos después sale el de la doble fila y no me dice ni hola. Arranca a toda leche y se va. Seguramente la palabra disculpe no estaba en su diccionario de lengua cuando estudió la primaria.
-Me voy al Supercor del Juncaret y, fotre, todas las plazas de minusválidos frente a la puerta están ocupadas. Dos por dos caraduras y una por el camión de los yogures. Aparco en el más allá y cuando voy de maratón hacia el centro y pasando por delante de las plazas de minusválidos, un chaval de unos cuarenta y tantos, se mete en uno de los coches aparcados en las plazas azules de minusválidos. Me paré y al intentar explicarle que eso no se hace, casi o sin casi, me manda a la mierda, y con un “apártese viejo que voy a salir y tengo prisa”, se marchó con una maniobra propia de un conductor de F1.
-Finalmente llego a casa y al entrar el coche me paro en la puerta del garaje pegado a mi derecha pues la puerta no cubre todo el ancho de la rampa y ahí pone, en lo alto de la puerta, lo clásico de “Dejen salir antes de entrar”. Le doy al mando y mientras la puerta se va abriendo y yo esperando con mi coche bien quieto por si viene un coche desde el interior del garaje, me pasa por la izquierda un coche negro y pequeño a toda leche y se cuela. Le pito en señal de protesta y veo que el coche negro pega un frenazo, echa marcha atrás a toda leche y se pone a mi altura, baja la ventanilla su agresivo conductor y me dice en tono amenazante: “¡¡¡Le pasa algo viejo!!!” – No, claro que no – respondí. Y el coche negro y su repugnante conductor se arrancaron a una velocidad exagerada hacia el interior con el consiguiente ruido y desgaste de ruedas.
-Aparco, subo a casa y mi niña me pregunta: ¿Has tardado mucho, ha ido todo bien? – Le contesté con un beso largo y sereno y luego con un sonoro y tranquilo: “Sí cariño, todo ha ido bien”.

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