07 marzo 2024
- Cuando era chico (aún no había cumplido seis años de vida), una preocupante asma atacó mi salud y para su cura fui enviado (con mi Madre), de modo urgente a vivir con una familia amiga de un tio abuelo en lo más alto de la comarca del Lluçanes (Barcelona), y eso sucedió durante tres o cuatro meses cada primavera/verano hasta que se me curó cuando ya tenía mis doce años cumplidos.
- Allí, en ese ambiente rural, campesino y ganadero aprendí muchas cosas. Aprendí disciplina, a madrugar sin rechistar, a recibir cariño sin límites, hice de vaquero ocasional (cuidar las vacas mientras pastaban). Aprendí a caminar por la noche con una lámpara de carburo para ir de una casa a otra de las seis o siete que había en el caserío, a rezar, a cuidar de los viejos (siempre en lugar preferente en la casa y en cada instante de la vida familiar), y a preparar pan tostado a las seis de la mañana para luego servirlo a todos los hombres y mujeres de la casa bien untado con ajo crudo que yo restregaba con ahínco añadiéndole un buen chorro de aceite de oliva haciendo las delicias de viejos y jóvenes y de mí mismo.
- Por la noche se dejaban los cubos de la leche ordeñada colgados de un fuerte clavo en alto y junto a la puerta de la entrada. Luego con esos cubos se llenaban los bidones metálicos que se dejaban en la carretera para ser recogidos por los mayoristas, pero yo mismo y antes de que se vertiera la leche de los cubos en los bidones, me ponía hasta las cejas de la nata que quedaba en la parte alta del cubo.
- Aprendí a arar la tierra con dos bueyes, un yunque y un arado que yo nunca supe como fui capaz de hacerlo. Pero lo mejor sucedía cuando alguna de las mujeres de la casa venía con el desayuno (embutidos y pan de hogaza, normalmente), y un buen y fresco porrón de vino tinto, vino que yo mojaba en el pan echándole, además, un buen puñado de azúcar por encima del pan emborrachado.
- Aprendí a ver con que amor trataban a los perros y a todos los animales en general; aprendí a ver como bendecían la mesa a cualquier hora que hubiese comida y con la fe y devoción con que lo hacían.
- Aprendí en el espacio nocturno después de la cena a conversar en las puertas de las casas, observando las estrellas y rezando para que mañana fuera un día próspero sin tormentas y sin vientos que pudieran destrozar los campos de trigo o las verduras plantadas, allí estábamos todos sentados en silla, muro o suelo, pero todos contaban sus cosas, lo que habían sufrido para descargar la paja en los corrales o para darle el pienso y el agua a las vacas y los mulos entre otras muchas hazañas laborales del día
- Aprendí ... sí, aprendí a apreciar el valor de las cosas, aprendí a vivir como nunca nadie jamás lo hubiera podido hacer mejor, aprendí a ser lo que seguramente acabé siendo y soy.
Aprendiste a luchar con la vida al lado de gente buena, sabiendo que es el trabajo honrado y sin decaer el animo. Debería ser obligatorio pasar tres meses así una vez
ResponderEliminaral año.
Un beso.
Yo también lo creo, Ilduara, pero hoy todo ha cambiado. Para llegar a esos caserios (años 50), había que coger, primero un tren hasta una determinada estación y desde allí coger un autobús de esos de línea (al estilo de los de las películas de Berlanga), para tres horas después de salir de casa se llegaba a ese alto caserío del Lluçanes. Hoy en día y en coche (hay casi autopista hasta bien cerca), se tarda 20 minutos en hacer el mismo recorrido y con ello lo que ha pasado es que las viejas casa del caserío hoy se han convertido en lujosas y arregladas casas de veraneo de gente de Barcelona. Todo ha cambiado. Hará unos veinte años que fuimos a verlo y la decepción fue tal que jamás creí que aquel era el mismo caseío de los años 50.
EliminarEn fin, como dice la canción, "mis recuerdos van conmigo".
Un fuerte abrazo, Ilduara.
Esa experiencia no tiene precio. Un beso
ResponderEliminarEso es, Susana, ni precio, ni posibilidad alguna de repetición.
EliminarFeliz tarde.
Ay, qué recuerdos, querido Enrique!!!
ResponderEliminarYo pude vivir parte de mi niñez en el medio rural, en un pueblo (grande, pero pueblo) de Valladolid. Allí tenía un primo con el que podíamos disfrutar de todo lo que puede deisfrutar un niño. Me fascinaba ese mundo.
La familia que tenía allí se dedicaba a la agricultura. No tenía tierras, tenía que arrendar y trabajar realmente muy duro para poder pagar la renta y tener para vivir. Cuando tenía 15 años, después de un año especialmente duro por muchos motivos, pase parte del verano trabajando codo con codo con mi familia (mi codo más bien menudo, por la falta de experiencia y porque las pocas chichas que tenía en esos años de mi vida no daba para grandes esfuerzos, aunque me entregué con el mejor de los ánimos, y me quedé aún más delgado de lo que llegué).
De aquel verano recuerdo algo de una forma muy especial, con entrañable cariño: ver crecer pepinos, tomates, alubias verdes, calabazas, puerros, nabos, lechugas y demás, en un huerto arrendado a orillas del Duero. La satisfacción de ver como se convertía nuestro sudor en algo que se podía ver, tocar y comer, fue muy especial. Un enorme orgullo se apoderó de mí. Por no hablar del gozo de tomar la verdura madura de la propia mata para tomarla con un poco de sal.
Son infinidad de recuerdos los que mantengo vivos en mi memoria, no todos alegres, que también hubo accidentes, pero ese recuerdo es el que aún me sigue llenado de satisfacción. Fue la primera vez que vi de forma palpable el fruto de mi esfuerzo.
Deliciosa lectura, amigo mío!!! Han "reverdecido" muchos recuerdos en mí!!!
Un enorme abrazo, querido amigo!!!
No sabes cómo me alegro, querido Emilio. Recordar de un modo agradable aquellos tiempos difíciles es algo que los viejos de nuestra infancia lo hacían sentados frente al fuego en voz alta y dejándonos a todos con la boca abierta de la expectación que tales relatos nos ofrecían. Ahora, ya ves, hay que hacerlo a través de un dispositivo digital. No es una broma, pero tengo muchos amigos que me cuentan que a los nietos sus padres les llaman a comer mediante un mensaje en el móvil.
EliminarNo obstante, recordar esos tiempos ... una delicia.
Un abrazo. poeta enamorado.
Yo creo que cuando no es posible la calidez del contacto presencial, bien está hacerlo virtual. Pero el contacto virtual jamás podrá enriquecer tanto como el presencial.
EliminarY otra cosa. La tecnología digital, jutno al consumismo, nos quita tiempo para reflexionar y compartir. El problema no es cómo compartimos (presencial vs virtual), sino que, sobre todo, es que estamos alumbrando un mundo donde la reflexión y el diálogo (el vivirme y el vivir a otros) se está volviendo algo inusual o anecdótico. Nuestros antepasados podían ser más ellos mismos y tener unas relaciones más entrañables (algo que me consta fehaciéntemente) porque el consumismo todavía era algo lejano que no les afectaba. Eran otros tiempos y otras posibilidades, pero esas menores posibilidades de subirse al carro del consumismo, junto a unas comunicaciones que solo podian ser presenciales (con desplazamientos más caros y raros) hacía que la gente se pudiera vivir mucho más intensamente. Y no es que siempre todo fuera bien, porque ya existían las envidias, los rencores y demás, pero el contacto humano podía llegar a ser más enriquecedor.
Como se suele decir, tenemos más medios de comunicarnos, pero cada día nos comunicamos menos porque la comunicación se está volviendo intrascendente y llena de apariencias.
Valoramos dar la mano con las dos manos, o recurrimos al abrazo. La mirada serena y afable. El semblante emocionado. Las expectativas ilusionantes: podemos charlar y sentirnos mutuamente humanos!!! La alegría de compartir lo esencial...
Un enorme abrazo, querido amigo!!!
Magnífico, querido Emilio. Voy a quedarme con este párrafo de tu comentario: "Valoramos dar la mano con las dos manos, o recurrimos al abrazo. La mirada serena y afable. El semblante emocionado. Las expectativas ilusionantes: ¡¡¡podemos charlar y sentirnos mutuamente humanos!!! La alegría de compartir lo esencial..."
EliminarMi estimada Enrique,
ResponderEliminarQué bello paraje para curarse, de paso aprendistes lecciones de vida, que siempre enriquece el alma.
Un inmenso abrazo con cariño.
Así fue, amiga Rosana. Esas experiencias son las que, sin duda, se van a perder nuestros nietos y biznietos.
EliminarUn fuerte abrazo.
Que buen aprendizaje tuviste. Era todo tan diferente y tan auténtico. Las personas de las aldeas sabían lo que era el trabajo y la disciplina, porque si no hacían las tareas del campo en su momento, las cosechas no estaban a punto, ni los animales atendidos.
ResponderEliminarYo iba todos los veranos cuando era pequeña a casa de mis abuelos, y recuerdo todo lo que has contado con mucho cariño.
Lo que ha cambiado la vida...
Me ha resultado muy entrañable tu relato.
Un abrazo.
Gracias, Elda, me alegra saberlo. Eres un encanto.
EliminarFeliz viernes.
¡Maravillosa historia! Me ha encantado compartir tus recuerdos amigo.
ResponderEliminarImaginé ese sitio..."vi" todo lo que has contado.
Van mis aplausos ¿Los oyes?
Abrazo ¡feliz viernes "la nuit"! y que tengas un excelente finde
Los oigo, querida amiga, esos aplausos me animan a seguir y mucho más hoy que no tendré viernes la nuit porque mi santa está de baja por una terrible lumbalgia. Pero no importa, lo pasaremos juntos en casa mientras los amigos han prometido mandarnos mil fotografías de la "nuit" de hoy.
EliminarUn fuerte abrazo, dulce Lu.
Hermoso relato uno siempre debe a prender a vivir de forma sencilla y ser humilde. Te mando un beso.
ResponderEliminarAsí lo creo yo también, amiga Judit. para mi fue una gran lección de vida.
EliminarUn abrazo, escritora.
Aprendiste a vivir y amar los pequeños grandes detalles de la vida. Aprendiste a descubrir la belleza desde la sencillez más absoluta. Aprendiste que los recuerdos son lo más sagrado que tiene el ser humano, porque nos pertenecen de por vida y, sobre todo, aprendiste a ser la gran persona que eres y proyectas a través de tus escritos y reflexiones.
ResponderEliminarUn gran abrazo estimado Enrique
Gracias, Tatiana. Escribes de maravilla, allá en tu magnífico blog y aquí, en los comentarios de los blogs, como los ángeles, escritora.
EliminarUn fuerte abrazo.
Enrique, tuviste una infancia dorada, que bello testimonio nos dejas.
ResponderEliminarPor eso la infancia es tan importante porque nos hace lo que somos hoy y tu eres un grande, con valores que se están perdiendo.
Gracias querido amigo por visitar mi blog, tus comentarios son sabios, de un alma linda
Abrazos y besos, que tengas un bello día
Gracias a ti, LDUF, pasar por tu blog es algo delicioso, refresca el seso y el alma.
EliminarUn fuerte abrazo
Muchas de las cosas que relatas haber aprendido de niño, las aprendí yo. Y las viví con la intensidad de lo cotidiano, lo natural.
ResponderEliminarMi estancia en Santa Marta del Tormes, Salamanca,en 1953, un año. Muy integrado en una amplia familia de labradores que teníamos como amigos de casa, con extensiones de tierra, propició vivencias primero, y recuerodos después, y hoy como si fuese ayer.
Más tarde, con 16 años pasé todo un verano en aquel caseron y familia. Animales, labranza, trilla, me encantaba tumbarme boca abajo sobre la paja y el trigo agarrado a la parte de atrás del trillo y dejarme arrastrar... Pendiente, eso sí, de que la siguiente pareja de mulas que venía detrás tirando del siguiente trillo, no me alcanzase.
Bañarme en el Tormes con "Alai", el pastor alemán que se quedó ciego, y que se metía en el agua sin dudar tras de mí. Y al que tenía que estar hablando para que me "localizase" al no poder contar con su olfato en el agua...
Waaaaoooo... ¡Qué tiempos amigo!
¿Y la joven Estrella"? Hija de otros labradores, con tierras también, en un alejado pueblo... Quien se cortó un mechón de su pelo que me entregó envuelto en un papel el día que me despedí de ella para regresar a Madrid...
Tengo la impresión de que también ella en estos instantes, y con edad parecida, da cabida a algún recuerdo de aquellos tiempos y encuentro. ¡Y por qué no!
Bueno amigo. Un excelente día en el Norte.
Fuerte abrazo Enrique. Buen finde!
Gracias, amigo Ernesto. Esos relatos, creo que a todos nos dejan huella, eran tiempos que no sé si eran mejores que los de hoy, pero eran los nuestros y quizás lo mejor que tuvimos fue aprender a que con muy poco se podía ser feliz.
EliminarUn fuerte abrazo, chico del Norte.
Enrique, eso es ejemplo de formación para SER. Creo que esa estancia al lado de esta familia campesina, afincado en el trabajo y los valores de la familia, fue decisiva para que fueras un buen profesional, y preocupado por el otro. Un ser integral. Saludos. Carlos
ResponderEliminarGracias, amigo Carlos Augusto, muchas gracias.
EliminarRecibe un fuerte abrazo.