9 agosto 2009:
Qué bonito nombre es María.
Durante la charla-coloquio-verbena del viernes, tuve la suerte de que ninguno de los del grupo de fans de la Pantoja de San Fernando, me diera la vara con lo del Camps o los Mallorquines, como si fueran de mi familia.
No se enteran, ya no tengo patria ni color del que me quieren ver, claro, pero yo tampoco me entero de ello, pues cada vez oigo menos por la izquierda, me refiero al oído izquierdo, pero no sé por qué, pero el personal docente que me rodea, se empeña siempre en hacerlo por ahí
Yo a lo mío, charla y baile por todo lo alto, solo cultura, cultura básica y una meta; quedar entre los tres primeros, siempre. ¿Que haría yo sin las noches de mis viernes?
La verdad es que es una ventaja, les dices, mostrando las fotos de mis nonos, qué bonitos son, ¿verdad?, pero hasta ahí puedes decir algo, luego ya no consigues meter baza hasta que no te cuentan como caga, como mea y lo bien que saber decir GUGU y PAFPÁ, cada uno de los tres mil guapísimos enanos que todos tienen por nietos, o por hijos, si es que son divorciados-machos. Y es que, como no oyes, pues te lo ahorras.
Pero anoche, mientras el tumulto era de esos que se queda cuando acaban de explotar una bomba a unos 10 metros de ti, es decir, un gran ruído, monotonizado y lineal, perverso pero no molesto, cercano pero muy lejos, como la mirada, oyes todo muy amortiguado por un “no oigo ni papa”, ni siquiera el “DaleDonDale”, ni el de “VamosRobertMonty”, ni me importa, pues, ... decía, que mientras todo eso pasaba, oí al fondo en un importante bajón de la presión acústica, esa enorme canción que siempre que la oigo me recuerda a mi querida María, a mi segunda madre, la que vivió conmigo mas años que aquella.
No era Portuguesa, como la de la canción, pero era mi Santa, mi querida y Santa María.
Los ojos mirando al cielo, la mente en el infinito, cantando, por ella ...

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