Este tío está loco, es lo primero que dirán aquellos que piensen que lo que hago es mantener una relación fraternal con un árbol determinado, que por mucho que se le quiera, no deja de ser un simple árbol.
Aunque creo que ya lo he hecho otras veces, aclararé que Cohonesto es mi árbol favorito desde hace ya muchos años, quizás 20, no lo sé. Él es un árbol al que el urbanismo le permitió la vida gracias a que a alguno de sus ejecutores decidió salvarlo.
Su placentera vida en el centro de un oasis lejos de las apetencias inmobiliarias de la muy antigua Playa San Juan, cerquita del mar, se cruzó en el camino de una alineación oficial de calle, la Avenida Santander, en este caso.
Él lucía como nadie ante las inexpresivas emociones incultas que los molestos brotes verdes pudieran producir a los urbanistas de la época y por eso nadie pensó en él a la hora del trazado de los viales de la zona.
Pero hubo alguien, como un César en el Coliseo, que puso el pulgar hacia arriba y le salvó la vida. Alguien decidió que una valla de finca no podía justificar la muerte del árbol, de ningún árbol.
Ese alguien, decidió cohonestar los intereses vitales de dicho árbol, para entonces muy joven, con los del feroz urbanismo del momento y acometió la interrupción de dicho vallado para que Cohonesto pudiera vivir. De ese gesto le viene el nombre a mi querido Árbol, a mi querido Cohonesto, al cual quiero, no solamente por lo que es, sino por lo que representa.
Desde hace ya muchos años, desde que lo conocí, siempre tuve en mi despacho una foto de él, de Cohonesto. Cuando me preguntaban; “de quién es esa foto y que hace aquí”, siempre me quedé con las ganas de contestarles. Nunca lo hice, no sé si lo hubieran entendido.
Hoy le he visto y Cohonesto sigue allí. Sigue bien.
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