17 febrero 2010
Parecía un día triste, nada estaba en su sitio, incluso todo mi parque móvil parecía estar de acuerdo con ello y se quedaron, ambos, sin luz, como seguramente lo sería para todo el entorno de Juan. Estuve en su despedida y me tuve que marchar pues ya no tengo corazón para algunas emociones. Aprendí como se puede llevar un acto tan importante, de un modo tan sencillo y tan emotivo, como ellos, los suyos, supieron hacerlo.
Ver a las personas centradas en el acto de la despedida, era algo que hacia mucho tiempo no experimentaba. Los ritos y las liturgias se llevaron al libro del olvido y los dolidos nos contaron solo lo que ellos nos quisieron contar. No hubo ni un Ave Maria Purísima, ni un que buena se ha puesto la Antonia, o que viejo está Ramón. No hubo risas, ni abrazos, ni ruidosas palmadas de reencuentros antológicos. Solo hubo aplausos de dolor hacia todos los que hablaron desde el atril del salón de actos de esa inolvidable y merecida despedida a un ser querido, a un amigo, a un gran profesional. Pasó algo que no olvidaremos ninguno de los muchos amigos y familiares que acudimos ayer a ese acto tan sencillo y tan solemne. Adiós Juan y gracias por esta despedida.
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