martes, 19 de octubre de 2010

Buscándola estoy, sé que volverá …………….



19 octubre 2010

Las vivencias admitidas de mi etapa profesional en Lanzarote, en el 85/87, no son más que cuatro cuentos de las muchas que viví y nunca he contado. Algunas fueron sucediendo sin que supiera muy bien si llegaron a a ser ciertas.
La excitación laboral era tal que nos movía  la sesera de modo que cuando llegaba algún momento de reflexión, sentados en alguna mesa del comedor de los obreros, donde solíamos comer y cenar todo el equipo, cada uno contaba sus historias al amparo de la última copa, alimentando cierta irrealidad a sus cuentos. Todos hablaban de lo que no tenían, hablaban de sus niños, de sus amores, hasta de sus padres y de todo aquello que les molestaba no haber usado bien con anterioridad. Parecía que había un pacto oculto en que esas charlas nunca deberían trascender, se contaron cosas tremendas, íntimas, duras, incluso crueles y algunas muy misteriosas . Nadie se reía, todos habían vivido cosas muy extrañas.
Una madrugada, tras debatir las reflexiones sobre las cuestiones laborales del día, les conté lo que me había sucedido en mi último viaje a la península y me gané el premio de la noche:
Les contaba que estando sentado en la sala de espera del pequeñísimo y coqueto aeropuerto isleño Lanzaroteño, vi a un enorme guanche, mas o menos de mi edad, ya no era un crío, de pelo medio  rubio y cara morena que sentado en el banco que había junto al cristal que separaba las vista del interior hacia la pista de aterrizaje, tenía sus manos puestas en el cristal mientras parecía no poder evitar que unas casi imperceptibles lágrimas le cayeran por sus mejillas.
Los viajes desde Lanzarote hasta Alicante, uno por semana, eran, en aquella época, largos y con varios transbordos, (Lanzarote, Las Palmas, Madrid, Alicante – Alicante, Sevilla, Las Palmas, Lanzarote), y eso te permitía leer, preparar los informes, hacer las relaciones valoradas, las certificaciones de obra y hasta observar a todo el mundo que se movía a tu alrededor.
Me acerqué hacia el guanche y le pregunté, tras ciertos titubeos y mientras valoraba la oportunidad de hacerlo, si le pasaba algo. Sin dejar de posar sus manos en el cristal me dijo, tras tres o cuatro largos segundos que parecieron una eternidad; “Ella se ha ido, me dejó, dijo que volvería. Pusimos nuestra manos en cada lado del cristal, allá las suyas, acá las mías y nos dimos un beso a través del cristal mientras nuestras manos dejaban su huella en él”
(No sé si fue exactamente así, o si a mi me lo pareció, pero así se lo conté a todos)
Mas tarde, nos sentamos en la preciosa cafetería del aeropuerto y estuvimos charlando. Él me contó lo que la quiso y todavía no se explicaba como la dejó marchar. Me contó que eso había sucedido en el año 68, que vivieron tres semanas de amor encendido y puro, pero ella nunca volvió. Ella se casó en Marruecos con quien su padre le dijo y no la dejó regresar nunca a la isla de los volcanes. Nunca se escribieron, solo un amigo de ella, que vino de turismo y que vivía cerca de ella, en Chaouen, hace unos años, le dio algún mensaje que le permitió seguir viviendo. Luego me contó, en un alarde de prosa para recordar y que nunca seré capaz de hacerlo con exactitud, que ella murió, creía que de amor, hacia un año ya que se enteró gracias a su amigo de Chaouen, que vino especialmente a contárselo a él, hacía unas semanas, con un último mensaje de ella.
“Desde entonces, desde que me enteré que había muerto,  vengo aquí cada día” – Y al ritmo de los aviones y sus emocionantes despegues, los anuncios de un nuevo “delayed” y el calorcillo de los tres o cuatro Tom-Collins que nos habíamos regalado, hicieron el resto. Él, mi amigo del aeropuerto, fue el primero que me habló de los restos de humedad …

Esas fábulas, o cuentos, o realidades que nos contábamos en grupo, en soledad, ese grupo de compañeros alejados del mundo y en plenitud de vida, nos sirvieron mucho para apreciar lo que teníamos y aún todos tenemos y quizás por ello, aunque más,  quizás muchos más. Nunca olvidaré esas largas noches junto a los volcanes.



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5 comentarios:

  1. ¿Para cuando un libre Enrique?
    Un abrazo

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  2. La vida es injusta. Hay mujeres que aceptan las imposiciones sociales que las llevan a la muerte. Morir de amor es un desgarro que mutila el alma.

    Preciosa y triste historia.

    Un beso.

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    Respuestas
    1. Totalmente injusta, pero al final sabemos acostumbrarnos a ella y si no lo sabemos hacer, sufrimos. Morir de amor es terrible, injusto y poco frecuente
      Un abrazo, Ilduara, agradezco que estés viajando en mi modesto blog.
      Feliz sábado.

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