Imagen: Robada a un amigo pero no me acuerdo de cuál
Yo solía cantar y no lo hacía mal. También jugaba al fútbol y, además, trabajando de ocho a tres en Cahyspa, por la tarde estudiaba aparejadores de tres a diez de la noche. La verdad es que yo me lo montaba muy bien. Borbón, (le llamábamos el once pollas por el gran tamaño de sus dedos), que era el catedrático de Construcción, le faltaba aplaudirme cuando yo entraba en su clase a eso de las tres y veinte de la tarde. “Pobre chico, como tiene que verse, todo un ejemplo”, seguro que eso era lo que pensaba mi inolvidable amigo Borbón. Lo que él no sabía es que yo, también, me había parado en el comedor del SEU, donde por 9 pesetitas me daban de comer un menú tipo tobogán, quiero decir tipo bufet y no es que yo comiera en cinco minutos, lo hacía en diez, pero es que yo conseguía arañarle unos minutitos al reloj al salir de Cahyspa y cuando tocaban el timbre yo ya estaba en la calle y, creo, que hasta el Bus que me llevaba a Pedralbes me esperaba. Siempre le he sacado partido a esas cosas y yo, sin duda, lo he interpretado, con los años, como una forma de venderse, si, puro marketing. Todo me salía bien, claro, en otro caso esta historia no tendría sentido contarla. Yo aprobaba todas las asignaturas y a los 20 ya era Aparejador, era Alférez de de Complemento en la Reserva y hasta tenía una novia que conocí a los 17 y que yo, aún hoy, mantengo por encima de todo después de 46 añitos de convivencia feliz. Tuve suerte, seguro, pero mi vida juvenil, siendo feliz, no fue una vida regalada, aunque a veces pienso que, quizás, por eso, fue feliz.
¿Y todo este rollo a que viene?, se preguntará el menos atrevido. Pues no sé, ponle tú la respuesta, seguro que ves alguna. A mi me vale la que yo mismo me contesté hace algo mas de 45 años.
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