martes, 17 de enero de 2012

La Belleza del saludo, una práctica, a veces, desconocida



17 enero 2012


Curioso resulta que cuando escuchas algún cuento de esos que crees vale la pena que todo el mundo los conociera y que tú, sin embargo, nunca lo has leído, ni oído, el cuerpo y el dedo digital, te piden darlo a conocer al mundo entero a toda velocidad y luego, cuando haces una mínima comprobación y buscas por Internet, resulta que ese cuento está difundidísimo y, por tanto, aún mas sorprendente resulta saber que yo nunca haya tropezado con él. A veces creo que no sé si siempre dirigimos nuestras ansias de saber al lugar que debiéramos.
Oído esta madrugada en RNE y texto copiado de esta estupenda Bloguería:

La Belleza del Saludo... Una Historia para Compartir

Un judío trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega. Un día, terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo, se cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador; golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta....
Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte.
De repente se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató.
Después de esto, le preguntaron al guardia ¿a qué se debe que se le ocurrió abrir esa puerta si no es parte de su rutina de trabajo?
El explicó: “Llevo trabajando en esta empresa 35 años, cientos de trabajadores entran a la planta cada día. Este judío es el único que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes.
El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy me dijo “hola”, pero nunca escuché “hasta mañana”. Yo espero por ese hola, buenos días, y ese chau, hasta mañana cada día. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí,  pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo conseguí”.


4 comentarios:

  1. Me ha estremecido y emocionado.

    Un beso Enrique, igualmente desconocia la historia.

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    1. Si, ahora que nadie nos oye, te diré, Eva, que a mi se me hace un nudo en la garganta y los ojos se me vuelven como cristalinos rebosantes de ganas de llorar, cada vez que leo artículos o cuentos así. Lo curioso, además, es que a medida que voy ganando en años, estoy ganando en sensibilidad y eso, sin saber muy bien por qué, hasta me preocupa.

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  2. Pero, ¡saludo de verdad! Ese que se da con la mano completa, sin dudar y con un verdadero apretón. El saludo se ha convertido en una falta total de desprecio e incomunicación. Una desgracia como otra cualquiera.
    ¡Oye, Enrique!, ahora que veo a Eva en esta publicación, ¿sabes que no puedo escribirle comentarios ni siquiera mails? Parece ser que a y través de G+ si me puede leer. ¿Conyo pasa, Enrique? Porque estamos en estas condiciones bastante tiempo...

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    1. No se, amigo Campillo, yo entro con normalidad en su blog, en el de Eva, y no tengo problemas. Quizás sea un problema de tu PC y sus particularidades de seguridad. No es fácil resolver estos pequeños problemas. Animo.

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