Me fui al banco, el de madera, si, mi banco de siempre, a tomar aire y a alejar los pensamientos colocando la vista en la LH*. se paró frente a mi y se acabó sentando a mi lado. Sacó de su bolsillo un manoseado y amarillento papel y me leyó un precioso poema de Benedetti ….
Paso que pasa
rostro que pasabas
qué más quieres
te miro
después me olvidaré
después y solo
solo y después
seguro que me olvido
…………………………….
Al rato me contó cosas que me parecían lejanas pero tremendamente íntimas y cercanas al alma. Me habló del amor de ella y de cuya muerte, que, al parecer, sucedió unos pocos años atrás, aún no habíase recuperado. Me habló, también, de su hija Ayelen, de sus cinco nietos y que pronto, por Navidad, vendrían a verle. Hablaba y hablaba sin parar, parecía como si me conociera de toda la vida. Al rato, insinué que debía marcharme y entonces me dijo: ¿Aldo, como vas de lo tuyo? – ¿Aldo?, no, yo no soy Aldo, Aldo se fue, si, nos dejó en Mayo – ¿Murió?, me preguntó … y ese hombre de manos arrugadas, amante de Benedetti y brillante conversador, bajo la cabeza, y entre sollozos quiso decirme algo que no pude entender. Acabé dándole un abrazo y … me fui, lo dejé con su dolor y, yo, pobre de mi, no pude llevarme ni un trocito del suyo.
Llega un momento en que todos empezamos a perder amigos. Uno no piensa en sí mismo pero está en la línea de salida.
ResponderEliminarCierto, ML, esa sensación, seguramente, egoista, la vengo padeciendo desde que fui al entierro de mi Madre y le dije a mi hermano: Lloro por ella, por mi y por ti, si, ahora, nosotros, estamos en primera fila.
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