sábado, 7 de junio de 2014

Me iba a dejar y yo no supe que hacer, lo dejé morir




Oleg Babkin [Олег Бабкин] 1965 - Russian Photographer and Illustrator

07 junio 2014

Ella mantenía las manos encima de la mesa, apretadas, una contra otra, y entrelazaba sus dedos de modo nervioso mientras me hablaba:
-Sentí la sensación de que se me iba, cada día llegaba más tarde, sus excusas cada vez eran más infantiles, luego fueron sus largos viajes, y cada hora que pasaba notaba que su corazón vivía más y más, lejos del mío. Vivíamos en un iglú donde no había lugar, ni espacio, para el calor humano. Nunca tuvimos hijos, nunca los quiso, decía que los niños coartaban la vida profesional de cualquiera, no le gustaba cocinar ni lo que yo cocinaba, siempre comía fuera de casa y para cenar se tomaba solo una o dos copas de  lo que él llamaba un Tom Collins y que tuve, necesariamente, que aprender a preparárselo si quería hablar unos minutos con él. Una mañana me dijo que me iba a dejar, que estaba harto de mi pasividad, de mi monotonía y de mis frustraciones. Lloré a rabiar mientras él se fue a la ducha. Al rato oí un estruendo enorme en el baño y al acercarme lo vi ahí, en el suelo, sin sentido, con la cabeza sobre un charco de sangre y la cortina del baño entre sus manos. Había sangre en el canto de la encimera de granito del lavabo y supuse que se dio un golpe en él. Me senté en el taburete, junto a él y no hacía más que mirarlo, yo no sabía que hacer, él mostraba  pequeñas convulsiones y parecía que sus fríos ojos me miraban como reclamando ayuda. No sé cuanto tiempo estuve ahí con él, pero estuve todo el tiempo sin hacer nada, solo mirándolo.
Le pregunté a ella el sentido de esa actitud y tras un largo silencio, levantó la cabeza, me miró y me dijo: “Me iba a dejar, Enrique, me iba a dejar”.

De eso hace ya muchos años, ella acababa de explicarme como murió su marido y yo nunca entendí por qué lo hizo, ahora, ayer, la volví a ver. Lucía un palmito excelente, como siempre, e iba acompañada por un joven maduro que parecía reírle cualquier gracia. Me vio, nos dimos un abrazo y me susurró al oído: “Enrique, no te creerías lo que te conté esa noche sobre la muerte de mi marido, ni se lo dirías a nadie … ¿Verdad?” – La separé de mi, la miré a esos bellos ojos azules que siempre ha tenido y le dije: “Claro que no, puedes estar tranquila” – Y ella se marchó, confundiéndose en la oscura noche entre risas y palabras de anónima vehemencia.



6 comentarios:

  1. Muy interesante y muy bien contado.

    ResponderEliminar
  2. El problema es siempre el mismo: la publicidad.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sé si te entiendo bien, María Luisa ¿Es malo darle publicidad a estos accidentes imperfectos? ¿La publicidad tiene la culpa de la maldición de las malas relaciones de pareja?

      Eliminar
  3. Te aplaudo amigo! Sigues superándote!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, amigo argy y perdona que te siga llamando argy, pero es que mi amigo Campillo también se llama Antonio y no quisiera confundiros.
      No me supero, bueno, sí, me cuesta, cada vez más, acordarme de tantas vivencias, pero me voy saliendo. Otra vez gracias.

      Eliminar

Este blog comparte contenidos con otro de mis blogs a modo de copia de seguridad, el uno del otro, hasta el 24 de febrero de 2023

https://enriquetarragofreixes.wordpress.com/