26 agosto 2014 - 2016
Todos me decían que debía saltar al vacío, meterme en el agua y que mi instinto de supervivencia me haría nadar sin que me diera cuenta. Yo no me tiré, solo tenía nueve años pero sentía miedo o un extraño y precoz, sentido de la prudencia, no lo sé, decidí ser yo y no hacer caso de las manchadas que proponían mis amigos. Uno de ellos acabó en el Hospital al darse con el borde de la piscina en la cabeza y luego quedó sumergido en el agua durante un buen rato. Nunca pudo recuperarse pues la falta de riego sanguíneo en nosequé parte del cerebro le afectó a su movilidad para el resto de sus días. Hoy, viendo las locuras de algunos chavales en la piscina, todavía recuerdo aquél suceso que acabó marcando mi carácter y que me sirvió de ejemplo y lección para evitar imprudencias y precipitaciones absurdas.
Enviado de Samsung Mobile Note III
enriquetarragófreixes
Me encanta leerte
ResponderEliminarMe deleitan tus historias cortas
me dejas pensando siempre
te dejo un abrazo desde el otro lado de La Luna
Gracias, Mucha, intentaré hacerlas, siempre, cortas ... para ti.
EliminarHola Enrique,
ResponderEliminarde niños quién no ha hecho alguna vez una imprudencia. Pero tener ese punto de sensatez es lo que diferencia a unos de otros. Me alegra que no saltaras, la imprudencia suele preceder a la calamidad.
Un abrazo.
Gracias, FJT. La prudencia es un don y un mal solo para gente aburrida. Divertirse en la prudencia es ... ¿¿¿???
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