“Mis manos temblaban cuando ella me miraba, una sola caricia en la cara me hacía estremecer.Yo tenía diecisiete y ella veintidós.
Mis manos ya no sentían zozobra, mis brazos y mi entusiasmo, se llenaban de labor, los gemidos sensuales eran como la antorcha de una pasión sin escrúpulos. Brotaban las espinas pero no las podía sentir, mis ojos no eran capaces de ver mas que lo que mostraban sus deseos. Yo tenía diecisiete y ella treinta y uno.
Las piedras cerraban el camino, los recónditos espacios sensuales de su imagen bella, se mantenían como la nieve de invierno en las cumbres, solo la desesperación que produce ver los sentimientos apretados sin salir, en el principio irrenunciable del ser, permite mantener la esperanza de un sueño eterno y obtener de ello la fuerza necesaria para apartarlas. Yo tenía diecisiete y ella cuarenta y seis.
No hay luz, no hay ruido, vive el sentimiento pero hay un calor ausente que no me deja abrir los ojos. Estiro el brazo todo lo que el alma me deja y no hay nada, solo una sábana fría al otro lado de la cama. Yo tengo diecisiete y ella tendría sesenta y tres.”
enriquetarragófreixes
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