24 septiembre 2014
Ella estaba allí, sentada, sonriente, con cara de hacerse amigo de cualquiera que se lo propusiera. Me miraba y le correspondí. Hablamos del calor, de las esperas en esas odiosas salas de espera de los hospitales y hasta del día tan magnífico que hacía ahí afuera, si, lo que se nos ofrecía detrás de la ventana, fuera o no, cierto. Era joven, quizás 25, su madre tendría mi edad, cara curtida por el paso de los años y, sospecho, que por alguna desdicha inconfesable. Ella, la madre, la trataba como si fuera una princesa, no sonreía, pero no hacía mas que estar pendiente de cualquier gesto de su niña. Le ofrecí el periódico a la madre pero ni me contestó. Pero la niña, con esa jovialidad que uno solo cree ver en los jóvenes felices, empezó a hablar de sus sobrinos, de su Manuel, que al parecer era un pretendiente, y, por lo bajo, me contó que su padre había muerto el año pasado de un cáncer de colon y que su madre aún no lo había superado, por eso me rogaba que no le tuviera en cuenta su “careto” (sic). Se atrevió a hablar de fútbol y hasta de moda, incluso de las obras que nunca se acaban en la rotonda junto al Tanatorio, pero ella no dejaba de brillar, era un torbellino de fuerza, de vida y de saber estar. Al rato la llamaron y su madre, al levantarse, dejó caer una pesada bolsa de viaje sobre la manta que cubría sus piernas en la silla de ruedas y me quedé atónito al ver que la bolsa se hundía hasta el suelo del asiento de la silla aplastando la manta hasta dejarla completamente plana. Me quedé sin habla y hasta se me hizo un nudo en la garganta, pero ella me dijo: “Yo soy, Lucía, encantada” y me dio un beso de despedida en la mejilla que nunca olvidaré.
(Recuperado del baúl de mis bloguerías perdidas del 2012)
¡Qué duro!
ResponderEliminarDe mis paseos por la sala de neumología y neurología, amiga Tracy, podría, cualquiera, escribir un libro. Ellos, los discapacitados, son los que mejor lo llevan y nos dan ejemplo, un duro ejemplo.
EliminarHola Enrique,
ResponderEliminarrespondiendo a tu pregunta diría que No. Somos así de estúpidos.
Un abrazo, me has dado que pensar.
La sala de espera de neumología y/o neurología de cualquier Hospital, Francisco Javier, es una clase donde dan lecciones de vida, de apreciar lo que tenemos, nos enseña a poner los pies en el suelo.
EliminarMi querido amigo esta es una entrada fabulosa! De la vida real.No disfrutamos de la vida como deberiamos pero si deberiamos pensar que nunca es tarde...Un calido saludo despues de tanto tiempo....solo entro para dejar algo para creerme que estoy al dia...jaja Un abrazo.
ResponderEliminarCuanto tiempo, Idolidia, mi querida poetisa. Un honor verte por aquí.
EliminarYo tambien respondo que en muchas ocasiones no Enric, no sabemos, ni valoramos lo poco, mucho o mediopesionista que seamos o tengamos. Gracias por recodarlo una vez más!
ResponderEliminarSolo añadir, gracias, amigo argy. En esas salas se dan grandes lecciones de vida.
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