22 julio 2015
Ya casi me marchaba pero antes de cerrar, decidí leer el último correo-e … era de Kuri … me encantó:
la consulta de kurilonko dijo:Al leerte, Enrique, he sentido la misma indignación y rabia sorda subiendo y estacionándose en mi estómago, como cuando hace ya muchos años mi padre me contó un episodio similar, aunque sin autos de por medio sino una fila de gente para llegar a una ventanilla: un patán entra a la oficina desde la calle, directo al primer lugar. Mi padre lo encara a viva voz y el tipejo le contesta que está apurado y que le importa un comino si alguno de los vejestorios que esperan se mueren de pié. Mi viejo no era un vejestorio, tenía 62 años. El cáncer haciendo su trabajo, horadándolo en varios frentes le daba ese aspecto de decrepitud insoslayable, y él era consciente de ello. Le dolía y ofuscaba.
Varios días después del incidente, nos lo contó. Yo lloré por él.
Y es cierto, Enrique, el mundo para el cual fuimos educados, para el cual nuestros mayores nos prepararon y que nos desenvolviésemos como buenas personas, como buenos ciudadanos, dignos, veraces, honrados; respetando a los los demás y sus espacios, ya no existe. La prisa, el egoísmo desmedido, la tecnología que nos permite comunicarnos en tiempo real con cualquiera en cualquier punto del globo, pero que nos aísla de quien se sienta a nuestro lado en el metro, han puesto muy en segundo plano o tal vez más atrás, al respeto. Y es lamentable. No por nosotros, sino por ellos, los que no conocieron ni sabrán, ni podrán dejarlo como legado a sus hijos, aquella otra forma de vida en que nos mirábamos a los ojos, nos estrechábamos la mano y con ese simple acto, sin notarios ni testigos, sellábamos un compromiso.
Saludos desde el Sur del Mundo, abrazos afectuosos.
Sí, así de simple Enrique.
ResponderEliminarUn beso querido.
Sencillamente simple ... y tremendamente formal, Eva.
EliminarUn abrazo-e