Juan, ayer, cuando le dejé, se fue a buscar, entre las paredes de la Empresa que lo jubiló, algún resto de su actividad cercenada que le devolviera a la vida. Al parecer, mojarse los pies en San Juan no le sirvió, al parecer, mas que para coger un resfriado y los cafetulianos, hoy, lo han dejado, abiertamente, de lado en las conversaciones del día pues Juan es algo difícil para la charla. Solo yo le escuché, en un amago de conversación … “Hoy tengo una cita, Enrique, me voy”.
Juan se había puesto ese día la corbata para la ocasión y al rato de estar entre esas cuatro paredes, donde él dejó allí media vida trabajando, se dio cuenta que los pocos que allí quedaban no le hacían ni caso y, además, no sabían como deshacerse de él, hasta el punto se puso pesado que cuando le estaba diciendo a Luci como debía contabilizar la factura de gastos de viaje de los agentes y al nuevo contable, un chaval de unos 26, como le ganó no sé que batalla fiscal a la Inspección de la AT, apareció Lucas, su antiguo ayudante y que ahora es el Jefe, y le mandó callar de modo fulminante y hasta con malos modos. Juan me lo contaba casi llorando, esta mañana, cuando ambos estábamos junto a la máquina de los cafés del Hospital de San Juan.
Juan nunca se preparó para esto y no entiende que le pasa, yo se lo intento explicar pero no es fácil … quizás mañana o quizás nunca … “Quizás perdí la silla del tiempo, Enrique”
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