jueves, 3 de diciembre de 2015

Se me olvidó vivir


Imagen de Pedro Luis Raota

03 diciembre  2015

Hablaba y hablaba pero no decía nada, nada que pareciera de interés para mi, claro, pero el tío se las llevaba de calle. Delgado cual tuviera un adelgazante hipertiroidismo y una labia propia de un político en pijama en un programa de "praintaim" televisivo, dejándose querer cual señora de mala nota en el Retiro madrileño. Sombrero al estilo de "El Barrio" - ese cantante que me pirra - pañuelo ancho al cuello elegantemente anudado y ropa oscura al estilo pijo no hortera. Todos y todas se acercaban a él sin disimular su interés y con un entusiasmo descarado  por parte de las más veteranas, que como los buenos ejecutivos cuando van a tomar copas o viajan, solo son golferas y graciosos cuando van en grupo. Él hablaba de su soledad, de su viudedad, de su pena, de la decepción que había sufrido con la actitud de todos sus amigos desde que se jubiló y del escaso interés que mostraban sus hijos por verle desde que él  decidió vivir en La Costa Blanca - salvo en verano, claro, que es cuando le decían que por qué no se iba él a Madrid a disfrutar de la escasa vida de masas que allí se produce en agosto y así sus nietos podrían dormir cada uno en una habitación.  Todos y especialmente todas, bailaban al son de la charla que él administraba con singular maestría  y que yo, como buen amante del marketing y del "cómo hablar bien en público", me empezó a resultar interesante cual era el fenómeno social que allí se estaba produciendo.  En mi encantamiento y en esa sombra amiga de los locales nocturnos, que evita las arrugas a la vista del encanto del personal con una o dos copas de más, el tipo del sombrero decidió quitárselo  y fue precisamente  entonces cuando me di cuenta que, por muchas sombras que allí hubiera o hubiese, el tipo ahora sin sombrero me pareciera de cara conocida ... muy conocida. ¡Zastra! ... caí  ... era Vicente - Vicent para los amigos - un extraordinario ejecutivo de la Gran Empresa del mundo inmobiliario valenciano de los 80-90 y 2000, el que estaba allí  a escasos dos metros de mi body. Noté que en su loable y largo discurso mitinero, él me iba lanzando alguna sonrisa maliciosa, lo cual interpreté, sin mariconería alguna por mi parte, que se correspondía con su aparente interés en captar a todo quisqui para su causa personal. Pero al sentirse descubierto por mi gesto de "Ay que ya sé quién eres", se acercó a mi y me dijo ... "¿Enrique?" - y me echó un abrazo de calado ... largo y silencioso, de los de antes - de los de antes de que los sentimientos pasarán al olvido - me agarró del brazo y me llevó a una mesa baja de esas que ponen en esos locales de la noche, de las que luego la gente de cierta edad no somos capaces de levantarnos de sus también bajos sillones, y me soltó, a su buen estilo de hombre que maneja sus virtudes oratorios, grandes frases de las que aquí voy a resumir con un lacónico ... "Enrique, dediqué mi vida al trabajo, a la ambición por ser más y más en mi mundo profesional ... pero se me olvidó vivir ... llegué tarde cuando quise rectificar  ... la vida es algo más que no sabemos lo que es hasta que lo descubres. Ella se fue sin que yo hubiera sabido que querer es algo más que saberlo ... que hay que decirlo ... se me olvidó quererla … y decírselo".

Cada día que pasa me doy cuenta que hay tantas cosas de las que no sé qué -  muy al estilo Bertín Osborne - empiezo a tener vértigo cuando pienso lo que puede pasar cuando haces las cosas mal sin saberlo ... ni darte cuenta del mal que puedes hacer con ello. No creeré en esas deseables cuestiones extraterrenales, claro, pero pienso que he vivido en un mundo que, sin yo saberlo, es cruel ... muy cruel. Lamento no conocer su existencia y admiro mi suerte ... suerte que, en mi caso, es cosa de dos.

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