Édouard Boubat - París, Francia, 1962
03 septiembre 2016
Hoy no tenía ganas de hacer nada. La luz de la mañana llenó parte del espacio del techo sobre la cama y me despertó el ruido de los primeros necesitados de vida que ya se estaban manifestando al pie de ella, (de la ventana). Abrí la ventana y vi como se confundían los voluntariosos y madrugadores runners con los rezagados y "aún disfrazados" reyes de la noche pensando hacer eterna ese "vendredi la nuit" que tanto hace a muchos para que quieran seguir viviendo y, por contra, a otros es como si hubieran decidido apuntarse, aceleradamente y en esa misma noche eterna, a eso de la "goût mort".
Al fondo del cuadro que componía mi escenario matinal, vi allí, sentado en el Parque, en uno de esos bancos tipo romántico que tan poco gusta instalar a los arquitectos de la Cosa Pública, a mi viejo y ya casi olvidado amigo, sí, el de los bolos, quiero decir que era ese gran anciano que jugaba él solo a los bolos cada madrugada y que ahora hacía tanto tiempo no veía aunque, tras un breve razonamiento, comprendí que quizás su ausencia en mi cuadro estaba motivada porque hacia mucho tiempo que no subía tan temprano la persiana. Me sorprendió ignorar el porqué, pero me alegró verlo allí, en el centro del escenario.
Mientras hacía simples y rutinarios esfuerzos para ver lo que no veía, me quedé allí, apoyando mis cansados brazos sobre el alféizar, noté que el fresco de la madrugada es algo que nunca duele, ni que nunca nada fue más sagrado que notarlo, era como si fuera puro embrujo vital, como si hubiera entrado en el primer día de mi renovada vida. Miré a lo lejos, hacia la Aitana y me dije: ... ¡Qué suerte!
enriquetarragófreixes
Qué esperanzador es todo lo que escribes. No sabes cuanto me gusta.
ResponderEliminarUn beso.
Me alegra saberlo amiga Tracy ... mucho.
EliminarUn abrazo de jueves
Eres un maestro describiendo la cotidianidad. Haces de cada detalle algo interesante.
ResponderEliminarBesos, amigo, te admiro :)
Eres un cielo mi bella amiga Celia.
EliminarUn abrazo