25 marzo 2014
Salí del cuarto del infierno donde anuncian el camino con cifras que solo ellos entienden. Aturdido, me acerqué a ver a mi galeno. Dudé en donde hacerlo y, tras un corto regate, lo hice, me senté frente a él. Le pregunté si esto iba en serio varias veces y tras una larga espera no me contestó, ni me dio señal alguna que yo pudiera reconocer alguna respuesta en él. Me pareció verle sonreír, pensé que no podía ser y al marcharme me volví y me pareció que sí, que sonreía. Cuando era un niño me asustaba cuando mi Madre me anunciaba que tenía fiebre. Ahora, como siempre, también.
Te entiendo, el Domingo me pase todo el día con esta misma sensación, de hecho a estás horas aún ando no muy derecho.
ResponderEliminarAnimo amigo argy y ah, cuidado con lo de no ir derecho o a la derecha lo cual puede interpretarse de otra manera y, eso, ya sabes, es peor. Un abrazo
EliminarEnrique, Antonio, la tenemos todos. Yo regalo una décimas y vosotros otras: el termómetro se rompe cuando llamemos a otro amigo. Los recuerdos de malos ratos infantiles quedan como un dibujo indeleble en nuestra mente y, de forma continuada, los comparamos con cualquier otro hecho similar.
ResponderEliminarUn abrazo, Enrique... Te quiero sin fiebre...
Si, amigo Campillo, un hecho similar y reciente, esa es mi preocupación.
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